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Aunque compiten en el mercado como cualquier otra empresa, las entidades de inserción como Crysalia no persiguen solo beneficios: trabajan para ofrecer empleo digno quienes han pasado por situaciones personales o sociales que interrumpieron su trayectoria profesional. Su presidente, José Manuel García, lo tiene claro: “Transformamos vidas a través del empleo”. En una entrevista concecidad a MurciaEconomía nos adentramos en las claves de un modelo que demuestra, con resultados, que otra economía es posible.
Las empresas de inserción no tienen ventajas ni atajos. Acuden a licitaciones, presentan presupuestos y compiten con el resto del mercado en igualdad de condiciones. “Deberíamos tener cierta ventaja, porque la ley de contratación pública lo contempla”, explica José Manuel García, presidente de Crysalia, la Asociación de Empresas de Inserción de la Región de Murcia. Se refiere a la disposición adicional cuarta, que establece que al menos un 10% de la contratación pública debería reservarse a empresas que favorezcan el empleo de colectivos vulnerables.
Esta reserva, impulsada desde Europa como herramienta contra la exclusión social, todavía no se cumple en la práctica. Aunque en los últimos años se han dado pasos, y la Consejería de Empresa está promoviendo formación específica para técnicos y creando un Observatorio de Contratación Pública Responsable, García reconoce que los obstáculos son muchos. “A veces no es solo una cuestión política, también hay mucha barrera técnica y burocrática”.
El impacto del cumplimiento efectivo puede ser enorme. Madrid pasó de tener 9 empresas de inserción a 22 en un año, cuando se aplicó la reserva de mercado en los presupuestos. “Eso multiplica la actividad, genera nuevas empresas y nos permite llegar a más personas”, subraya García.
En la práctica, el 80% de los ingresos de estas empresas proviene de competir directamente en el mercado. Los sectores con más capacidad de inserción son los servicios, ya que requieren menor cualificación, algo fundamental si se tiene en cuenta el perfil de las personas contratadas. “Hablamos de personas con una media de edad de 35-36 años, que llevan más de cinco en una situación de abandono, viviendo en la calle o sin recursos. Algunos han pasado por adicciones, otros vienen de la violencia de género, de centros de reforma, o tienen problemas de salud mental”, detalla.
Aun así, muchas empresas siguen sin conocer este modelo o lo confunden con iniciativas asistenciales. “Nuestro mayor problema es de visibilidad. No somos talleres ocupacionales. Somos empresas con profesionalidad, que cumplen normativas, que aplican sistemas de calidad. Pero la sociedad aún no lo sabe”.
García recuerda con humor la frase de un amigo: “Una gallina pone un huevo y cacarea para que todo el mundo se entere. Nosotros llevamos desde 1999 trabajando y aún no cacareamos lo suficiente”. Por eso valora especialmente el apoyo institucional a la campaña actual de sensibilización, que busca dar a conocer el trabajo de estas empresas entre la ciudadanía y el tejido empresarial.
En su experiencia, lo que convence al sector privado no es el mensaje emocional, sino la profesionalidad. “Cuando presentamos un presupuesto, lo hacemos como cualquier otra empresa. Si empezamos hablando de lo social, estamos perdidos. Lo primero es que el proyecto esté bien planteado. Luego, cuando descubren que quien está montando un rótulo o sirviendo un catering ha salido de una situación dramática, ahí es cuando se dibuja la sonrisa. Ahí es cuando dicen: ‘me alegro de saberlo’”.
García insiste en que no se trata de caridad, sino de consumo consciente. “Cada contrato que firmamos no es solo una cifra, es una historia de superación”. Por eso la campaña también interpela directamente al consumidor: “Queremos que la gente se pregunte si con sus compras está construyendo una sociedad que no deja a nadie atrás”.
A nivel legislativo, el presidente de Crysalia espera que el nuevo marco legal de la economía social se apruebe pronto. “La ley actual es de 2007. Ha llovido mucho desde entonces. Los perfiles han cambiado, las necesidades también. Una nueva ley nos permitiría trabajar con más eficacia y ofrecer más oportunidades”.
¿Y cómo llegó él a todo esto? “Por azar”, confiesa. Venía de trabajar en Inglaterra y entró en el tercer sector casi por casualidad, tras un proceso de selección en el que acabó siendo el responsable de costes de una fundación. “Constituí mis primeras empresas de inserción y me enganché. Porque puedes hacer todo lo que te gusta —gestionar, emprender, crear— pero sabiendo que estás ayudando a personas. Y eso no se paga con dinero”.
Al final, lo resume en una frase que no necesita más adorno: «Transformamos vidas a través del empleo”.